Cuando tengo la oportunidad de visitar una ciudad, mi “kit del buen turista” siempre incluye, entre otras cosas, un grabador digital.
Uno de esos viajes fue a Berlín, en donde me quedé dos semanas en la casa de un gran amigo, Alex Paulick.
En uno de los tantos paseos sin rumbo en los que me embarqué durante esas semanas, pasé por la puerta de una enorme catedral (que después me enteré era la Berliner Dom, la Catedral de Berlín) y entré a curiosear.
Más allá de lo impresionante que es la Catedral por dentro, me encontré en medio de un concierto de órgano tubular increíblemente hermoso.
Para mí, esta es una de las (pocas pero sabrosas) ventajas de “viajar desprevenido”, de no "estudiar" antes de visitar una ciudad: el efecto sorpresa.
El concierto me llamó tanto la atención, que encontré un lugarcito (había bastante gente) en donde apoyar mi grabador y lo dejé grabando unos 15 minutos, el equivalente a dos piezas musicales. Nunca supe qué piezas eran, quién las había compuesto o quién las estaba interpretando.
Esa noche, le conté a Alex de mi incursión y me comentó, entre varios detalles que mi memoria no retuvo, que el órgano de la Catedral de Berlín, el histórico “Órgano de Sauer” (Sauerorgel), era el más grande de Alemania, una reliquia histórica única, en excelente estado de conservación y con un sonido imponente e impresionante.
Lamentablemente, la calidad de las grabaciones no hacía honor a ese sonido. La Catedral tiene una acústica escalofriante y es muy difícil captar eso, sobre todo con un grabador portátil, por buenos que sean sus micrófonos.
Tuve esa grabación en la cabeza (y en mi computadora) durante mucho tiempo, sobre todo la melodía de una de las piezas. Siempre supe que iba a hacer algo con al menos algún fragmento de ese audio, pero la mezcla del ruido ambiente captado por el grabador y la belleza del sonido de ese instrumento resultaba muy complicada de encarar.
Me llevó mucho tiempo resolver qué hacer con esa grabación. Y me llevó más de un año de trabajo terminar esta obra, tanto en su aspecto melódico como, sobre todo, sonoro.
En esta obra utilicé por primera vez el que siempre fue uno de mis sintetizadores soñados: el Nord Modular.
Sin entrar en muchos detalles, este sintetizador es llamado de “arquitectura abierta”, porque brinda la posibilidad de construir sonidos partiendo del silencio mismo, interconectando “virtualmente” módulos diferentes (el Nord Modular tiene más de 100 módulos con distintas funciones / características) de formas diversas. Esta tarea se realiza a través de un editor específico, conectando el sintetizador a una computadora.
Las posibilidades son casi infinitas y permiten esculpir cada sonido con un nivel de detalle asombroso.
Es una bestialidad de instrumento, que compensa su falta de inmediatez en la generación de sonidos (crear un sonido interesante en el Nord Modular no es sencillo y puede demorar varias horas de trabajo) con la casi absoluta falta de límites.
Uno de los encantos y desafíos más interesantes de esta obra fue poder hacer convivir en un mismo espacio musical a instrumentos tan diferentes.
Un enorme instrumento construido en 1905, diseñado específicamente en función del espacio que ocupa en la Catedral en donde está ubicado y con un sonido fácilmente reconocible. Y un moderno instrumento prácticamente ilimitado, con sonidos construidos específicamente en función del espacio que ocupan dentro de la obra.
Sin este incentivo (ficticio e innecesario, pero incentivo al fin) muy probablemente el tiempo transcurrido y las repetidas frustraciones con los resultados que iba obteniendo hubieran hecho que esta obra quedara archivada en algún lugar de mi computadora, como tantas otras, para nunca más ser rescatada.
Además, la rima consonante entre Tubular y Modular era demasiado atractiva (amén de un poco obvia) como para dejarla pasar.
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